El oso y la osa
Despiertan al oir las patas de los zorzales en el techo,
la gata se escurre por la puerta entreabierta.
Descorren las cortinas y la ventana abre su ojo al jardín,
impecables gotas frías dibujan los vidrios empañados
y una mano de humo blanco se despide.
Sobre la cómoda despintada
hay cajitas con chucherias,
collares de cuentas de vidrio, las tristes
fantasía heredadas de mis bisabuelas.
Una lámpara tejida de yute donde cuelgan
dos aros, una pareja de tucanes de coco.
El mismo espejo. La misma cama
En la cabecera, al amparo del velador
un libro, con dos señaladores
La osa
El primer sol rebota
de hoja en hoja desde la otra punta del bosque
hasta entrar por la ventana.
Mamá se levanta, busca el desavillè, abre la puerta del cuarto.
A su paso las hojas secas terminan de desprenderse de las estanterías
los libros viejos caen al piso y forman un colchón de palabras mustias
que ella pisa en pantuflas.
Va a la cocina enciende una hornalla y pone la pava.
La escucho trajinar, lavar los platos sucios,
sus pequeños ruidos se vuelven escandalosos
en la estática atmósfera matinal.
Llena el mate
la yerba es polvareda de caballos verdes.
Al subir la escalera,
sus pies suenan como hachazos
de leñadores lejanos.
Vuelve a la cama.
Siempre culmina así
su rutina enraizada,
crece de arriba hacia abajo
buscando agua, cada vez más lenta,
mas fuerte.
Despiertan al oir las patas de los zorzales en el techo,
la gata se escurre por la puerta entreabierta.
Descorren las cortinas y la ventana abre su ojo al jardín,
impecables gotas frías dibujan los vidrios empañados
y una mano de humo blanco se despide.
Sobre la cómoda despintada
hay cajitas con chucherias,
collares de cuentas de vidrio, las tristes
fantasía heredadas de mis bisabuelas.
Una lámpara tejida de yute donde cuelgan
dos aros, una pareja de tucanes de coco.
El mismo espejo. La misma cama
En la cabecera, al amparo del velador
un libro, con dos señaladores
La osa
El primer sol rebota
de hoja en hoja desde la otra punta del bosque
hasta entrar por la ventana.
Mamá se levanta, busca el desavillè, abre la puerta del cuarto.
A su paso las hojas secas terminan de desprenderse de las estanterías
los libros viejos caen al piso y forman un colchón de palabras mustias
que ella pisa en pantuflas.
Va a la cocina enciende una hornalla y pone la pava.
La escucho trajinar, lavar los platos sucios,
sus pequeños ruidos se vuelven escandalosos
en la estática atmósfera matinal.
Llena el mate
la yerba es polvareda de caballos verdes.
Al subir la escalera,
sus pies suenan como hachazos
de leñadores lejanos.
Vuelve a la cama.
Siempre culmina así
su rutina enraizada,
crece de arriba hacia abajo
buscando agua, cada vez más lenta,
mas fuerte.
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